Tristeza pasajera

La tristeza pasajera no es un estado, no  hay que confundirla con la melancolía o el estado de depresión. Hay muchos conceptos que confundimos y que conviene diferenciar por nuestro bien (como el de ser un niño muy activo e inquieto  y  etiquetarlo como hiperactivo, y no es así). Cualquiera de nosotros se ha sentido triste alguna vez. Es algo común a todos los mortales y quien diga lo contrario está faltando a la verdad.  


Hoy en día sentirse triste parece sinónimo de “estar deprimido” y viene a ser algo parecido a “estar apestado”… Si nos sentimos tristes en seguida nos preocupamos: ¿estaré deprimido/a? nos preguntamos angustiados ante la duda de si vamos a caer en un abismo del que podría ser difícil salir. Quienes están a tu lado corroboran ese pánico a la tristeza y en seguida se ponen, con la mejor de las intenciones, manos a la obra: “anímate” –dicen. Vamos a ver, si estoy triste y tengo un mal día no me voy a poner a dar saltos de alegría o a explicarme un chiste que me haga reír, porque no funciona; “vive la vida”… Yo digo: pero… si… precisamente estoy triste es ¡porque estoy muy viva!; y ésta otra es muy común: “sal a divertirte, no te quedes en casa”  cuando lo que me apetece es estar un rato tranquila, porque hay que ver pasar a la tristeza, entenderla y superarla. Es un sentimiento que viene acompañado de sensaciones, casi siempre desagradables, que no puedes apagar de golpe, como tampoco puedes apagar una pasión como si tal cosa, así, de repente.

Tener momentos de tristeza, aun sin motivo aparente, no nos condena al ostracismo, a la rareza, a la autodestrucción. A veces, la tristeza es positiva, recomendable incluso diría. Nos puede servir para pararnos unos momentos de esta agitada vida que llevamos y reflexionar sobre el por qué nos sentimos así. Y eso ES BUENO.  La vida no es fácil, lo sabemos, muchas de las cosas que esperábamos con ilusión se truncan, perdemos seres queridos, nos enfrentamos a situaciones que parecen superarnos y vamos tirando, despertándonos automáticamente para seguir con nuestras rutinas… hasta que un día nos sentimos raros, con pocas ganas de hacer cosas, nostálgicos, añorados de aquel pasado en que las cosas creíamos que nos iban mejor. ES NORMAL. La tristeza no es una peste de la que hay que huir. Si la pretendes tapar, tarde o temprano, saldrá de nuevo a la luz, y puede que de un modo menos conveniente. Es preferible reconocerse en ese momento, cuando sobreviene,  sentirla e intentar tranquilizarse con algunas respiraciones profundas para, cuando se esté más tranquilo, pensar en sus posibles causas sin terribilizar, entendiendo que muchas cosas suceden sin que las busquemos, siendo amables y compasivos con uno mismo/a, sitiéndose ser humano, imperfecto, común a todo el resto de personas que también pasan sus momentos de tristeza.

Sin embargo, sí que podemos hacer algunas cosas para continuar avanzando en nuestro crecimiento personal y superar estos momentos. Tenemos un camino a recorrer para trabajar con nuestras emociones. Dejárnoslas sentir sí, permitir que se conviertan en un estado permanente no es aconsejable. Para salir de ahí y evitar que se conviertan en un “estado” tenemos que poner un poquito de voluntad y un ligero esfuerzo. No hace falta correr (como dice un amigo mío “correr es de cobardes”). Es como cuando hacemos una caminata larga y vamos andando despacito porque sabemos que aun nos queda un buen trecho, descansando, haciendo un alto en el camino para respirar y alimentarnos… Es una metáfora pero vale.

Algunas pequeñas acciones pueden ir cambiando nuestra actitud para que encima de los cambios que vayamos haciendo podamos ir construyendo otra disposición del ánimo. Algunas pueden parecer poco importantes pero por sencillas que parezcan son efectivas. Como no sólo somos mente, sino también cuerpo podemos empezar con algo físico o postural. Por ejemplo, la respiración diafragmática: hacer unas 10 respiraciones profundas seguidas llenando de aire el estómago y los pulmones. También nos puede ayudar salir a caminar, en ese caso es conveniente llevar un paso relajado y una postura correcta -no agaches la cabeza, puesto que predispone a bajar el ánimo, mantén la espalda recta y los hombros hacia atrás cuando camines-, e incrementar la cantidad de fruta en la dieta (los azúcares naturales son un buen aliado para nuestra salud –somos lo que comemos-.

En el aspecto psicológico hay algunas recomendaciones que pueden ayudarnos cuando iniciemos la reflexión. Básicamente nos conducen a identificar ideas irracionales que nos hacen sentir mal. Las expone muy claramente Albert Ellis en su obra y pertenecen al campo de la terapia racional emotivo-cognitiva (TREC) que siguen algunos terapeutas. En primer lugar es importante aceptarse, tanto si estás triste como eufórico, con tu pasado y tu físico, con tu forma de ser sin perder de vista que no siempre está en tu mano cambiar determinadas  cosas –es mentira que si deseas algo muy intensamente se hará realidad, no siempre es así, hay que aceptarlo, pero si puedes mejorar algunos aspectos de ti, si quieres. Otro paso cognitivo es identificar la “terribilitis”: evitar la tendencia a dar excesiva importancia a determinados hechos que consideramos negativos, a agrandarlos y a juzgar severamente a los otros y a uno mismo. Otro más: diferenciar entre necesidades y deseos: puedes desear tener una pareja estable pero eso, que es muy natural y comprensible, no es una necesidad sin la cual no puedas vivir, muévete para conseguirlo si es tu deseo, pero no confundas ése deseo con algo que te impida disfrutar de otras situaciones. Hazte la pregunta y combate tus creencias erróneas.