Tenemos la herramienta más potente de transformación, si queremos.

Es un amigo, un aliado, un cazador de talentos, un artista, un buen amante, un padre, una madre, un buen entrenador… es todo eso si quieres que lo sea. Y lo es porque también puede ser un enemigo, un boicoteador, un traidor, un cobarde, un estúpido, un engreído, un mal compañero. Podemos modelarlo a nuestro favor o en nuestra contra.
Imagínate que tienes una ilusión. Muy grande. Por ejemplo, te gustaría dar la vuelta al mundo. Y entonces, como por arte de magia,  aparece un filántropo y te dice: -Vale. Voy a facilitarte tu deseo-. Y va el hombre (o la mujer) y te regala un avión repleto de combustible. ¿Entonces qué?
Entonces nada, porque no sabes pilotar un avión. Seguro que antes de rechazarlo has pensado en varias opciones: podrías devolver el regalo y decir: -gracias, pero no es para mí, no sé manejarlo-, y con un poco de descaro le plantearías -¿me lo puede cambiar por el dinero que vale?-. También podrías contratar un asesor en aviación, un capitán de vuelo, una tripulación y tramitar los permisos para aterrizar en los diferentes aeropuertos de los países a los que quieres llegar, pero eso te saldría muy caro y no eres millonario.

Si eres un poco avispado lo aceptarías e intentarías aprender a pilotar aviones o bien colocárselo a otro que lo necesitase… a una compañía aérea, por ejemplo,  y procurarte a cambio billetes de avión para todo el mundo… No sería mala idea. Pero tendrías que pagar por el mantenimiento en un hangar a diario hasta finalizar la venta. Quizás acabarías malvendiendo e infrautilizando el regalo. Dependería, en todo caso, de las condiciones materiales a tu alcance, del tiempo que te llevase aprender a pilotar y sacarte el permiso y la experiencia de vuelo o de cerrar el trato,  así como de la voluntad de recompra de otros (mercado). Sin embargo, quizás así conseguirías tu objetivo de dar la vuelta al mundo si a ello se añade tu voluntad perseverante y tus ánimos para superar la presión y las dificultades. A menudo, los regalos no son gratuitos.
Con nuestro cerebro ocurre algo similar a la anécdota que he imaginado. En el primer caso, delante del esfuerzo o del reto planteado, la primera reacción ha sido el rechazo por la incompetencia de no saber manejarlo. Ocurre así en muchas ocasiones cuando nos resistimos a aceptar cambios y cosas o personas nuevas que ya existen y quieren entrar en nuestra vida. Vemos antes lo negativo que lo positivo de ellas. Y también cuando alguien hace alguna cosa que exige una respuesta por nuestra parte y no sabemos cómo manejar la situación. En realidad no sabemos cómo conducirnos a nosotros mismos y, en todo caso, intuimos que el esfuerzo va a ser importante y tiramos la toalla antes de tiempo. De este modo, todo lo nuevo, lo que no nos es conocido o habitual y que requiere un trabajo diferente queda excluido de nuestra rutinaria existencia. Nos quedamos en el confort de una negativa ante lo desconocido. En algún caso, además, optamos por la vía fácil: exigir el beneficio antes del esfuerzo: ¿me lo puede cambiar por el  dinero que vale? Ésta es la visión materialista del fracaso. De quien piensa en grande (visualiza el logro, la oportunidad de ganar mucho dinero) sin haber hecho nada para conseguirlo. Confiar a la fortuna el estado que queremos conseguir para nosotros mismos da unos resultados igual a cero para la mayoría de los mortales. Lo sabemos, por mucho que juguemos a la primitiva. Siempre le toca a otro. ¡Maldita suerte, la mía!
El segundo caso me recuerda a los típicos niños de papá y a algunos altos cargos,  que aun habiendo recaído en ellos la suerte de una vida acomodada sin grandes esfuerzos,  siguen comprando con dinero las condiciones materiales y a las personas que quieren para beneficiarse ellos mismos. Parece como si la suerte siempre les viniese de cara. Algunos heredan grandes fortunas, compran títulos universitarios, llegan a la cima de sus aspiraciones políticas o de poder comprando alianzas, y no tienen que esforzarse para conseguir lo que desean, pero la vida no les ha preparado para afrontar grandes reveses y esforzarse por superarlos. Llega un día en que estas personas se sienten vacías, pobres a pesar de gozar de grandes fortunas. Nada les estimula porque todo está al alcance del dinero que poseen (personas, viajes, propiedades…) y otros hacen por ellos el trabajo. Eso es lo que ocurre cuando nuestra actitud es la de delegar la responsabilidad de escuchar, de tomar decisiones y de hacer lo que hemos de hacer en terceros. Eliminamos el riesgo de equivocarnos, de ser juzgados por nuestros hechos, y si algo sale mal la responsabilidad siempre será de otros. En cambio, si sale bien, nos atribuiremos el mérito de saber escoger las personas adecuadas que, bajo nuestro mando, han hecho nuestra voluntad. Y nos creemos que valemos mucho por nuestro “privilegiado” cerebro. Hasta que las decisiones de otros nos afecten y las cosas no salgan como habíamos pensado. Entonces pondremos el grito en el cielo y echaremos balones fuera: son los demás los que no entienden, son ellos los que han actuado mal, no me han informado de lo que pasaba, no han sabido ver lo que yo valgo, no han intuido cuáles eran mis deseos… ¿Y tú qué has hecho? Asume entonces la responsabilidad de lo que has hecho tanto como de lo que no has hecho.
El tercer caso, es el que tiene mayores probabilidades de éxito para llevar a buen fin nuestro objetivo. Como dije antes, los regalos no son gratuitos. No esperes el éxito de la cosecha sólo por haber echado las semillas en el campo. Hay todo un trabajo que hacer hasta obtener los codiciados frutos. No hay recompensa sin esfuerzo, entérate. Tanto en las relaciones personales, en los emprendimientos personales (ejemplo: montar un negocio, subir una montaña, bajar de peso, dejar de fumar…), en los empleos,  en la crianza de hijos… Pero tenemos un poderoso instrumento que nos puede ayudar: el cerebro, nuestro avión para emprender el viaje. Con él podemos crear estrategias que nos enriquecerán como persona, además de acercarnos a nuestro objetivo. Sí, es cierto que las condiciones de partida nos facilitaran o no los pasos que tenemos que dar. Podemos empezar a subir por el primer peldaño de la escalera o situarnos a la mitad si las condiciones son favorables. Pero en todo caso, lo importante es saber el punto en el que nos encontramos, escuchar a nuestro alrededor y entender cuáles son las condiciones externas y lo que necesitamos para subir. Aceptar el trabajo que tenemos por delante y estar dispuestos a sacrificar tiempo y recursos para lograrlo. Descansar cuando se necesita, alimentar correctamente nuestro organismo, buscar el apoyo de otras personas, no dejarnos llevar por arrebatos emocionales y ser perseverantes o saber abandonar un camino cuando está lleno de espinas o supone un riesgo para la salud, son elementos que hay que saber discernir. Nuestro cerebro es un potente instrumento si sabemos qué hacer con él. Al igual que él utiliza el cuerpo para llevar a cabo sus acciones, nosotros hemos de utilizarlo a él para conseguir nuestro objetivo. Saber escucharlo y darle lo que necesita para coordinar el resto de órganos de nuestra compañía, que somos nosotros mismos (interactuando con miles de agentes externos condicionantes –algunos ayudaran y otros pondrán trabas que habrá que saber superar).
Con todo ello, ya llego a donde quería llegar. A saber: lo que hagas con tu vida es tu responsabilidad y tus éxitos o fracasos (elemento este último que debemos saber utilizar como elemento de aprendizaje para no repetir los mismos pasos), son sólo tuyos y no atribuibles a los demás. Aunque te hayan ayudado mucho o importunado mucho siempre tienes la opción de elegir qué hacer con ello, más si eres un adulto y no dependes de la autoridad ajena.
Al cerebro hay que ejercitarlo: enseñarle a pensar creativa y críticamente, leer mucho, saber escuchar y observar, buscar los cambios positivos y estar abierto mentalmente a que entren en tu vida novedades. Analizar situaciones, ponderar tus propios juicios de forma objetiva consultando puntos de vista de terceros, sin arrebatos; conocer las propias reacciones a las situaciones (pasiva, activa, huidiza…) ser capaz analizarlas y de probar otras nuevas para obtener resultados diferentes. 
Finalmente una consideración más: Esfuérzate y acepta la necesidad de confrontación con la tendencia humana a la comodidad. Eso entrenará tu voluntad, tu dominio sobre ti mismo y la capacidad de ser proactivo. Es la única forma de que ocurran cosas. Algunas te gustarán otras no, pero pon en la balanza todo lo que has hecho en tu vida (ir a estudiar, buscar un trabajo, salir con amigos, conocer gente) que te han aportado las vivencias fundamentales para convertirte en un adulto independiente y en algunos casos disfrutar). Si ves que tu vida está estancada y te da miedo emprender cosas nuevas, ahí tienes un trabajo que hacer, apúntate a un curso, a un gimnasio o a un grupo y esfuérzate por ir a las actividades.  Si te molesta conocer gente nueva ves a una fiesta o un evento al que te hayan invitado aunque no conozcas a nadie. Si ves que te encierras mucho en casa, invita a cenar a tus vecinos, a tus hermanos o a unos amigos y propón una nueva salida.  Si te enojas a menudo, prepárate y proponte para la próxima encarar una discusión sin enfadarte, calla aunque “pienses” que estás perdiendo la batalla.  Y tolera que otros se lleven la razón alguna vez. Si por el contrario te cuesta decir lo que piensas prepárate mentalmente y pide algo a alguien aunque te cueste y lo pases mal. Empezando por un familiar cercano o un amigo. Aunque que te digan que no, irás afirmando tu voluntad con el esfuerzo de superarte a ti mismo. Utiliza tu cerebro, será tu mejor amigo si le ayudas a favorecerte con pensamientos positivos, visualiza tus éxitos y entrena tu voluntad con el esfuerzo.