Si por ejemplo te dices: “soy un
fracasado, un inútil” , ese pensamiento lo único que hace es instalarse en tu
identidad como persona, lesionar tu autoestima y - ojo porque esto es
importante- te va a impedir pasar a la acción, como ya te percibes así ¿para
qué te vas a molestar en hacer algo por solucionar un problema? Si por el
contrario te dices: “he cometido errores pero también alguna cosa he hecho
bien” dejas el error, la falta, fuera de
tu identidad como persona y abres la
puerta a tener éxito en otras cosas que hagas.
No es lo mismo decir “soy tímido” que:
“me cuesta relacionarme”, o “soy gorda”
que “me sobran 10 kilos”. Con la segunda
fórmula se abren posibilidades para hacer el esfuerzo que nos va a servir para cambiar lo que no nos
gusta, sin ponernos etiquetas totalitarias que nos limiten y nos impidan actuar
recordándonos que “somos así o asá”. Se trata de cambiar el verbo soy (que es
muy fuerte) por el hago, estoy…
Lo mismo ocurre en la forma de percibir
a los demás. Si decimos “menganita es gilipollas” ahí condicionamos su identidad totalmente. Es
un totalitarismo que condicionará nuestra actitud hacia ella y nos impedirá ver
otras cosas positivas. Si cuesta aceptar a esa persona por algo que ha hecho es
preferible explicarse y decirle que “eso que ha hecho a ti no te ha sentado
bien, o que está mal porque…” o incluso alejarte un tiempo para pensar si te
interesa frecuentar a esa persona, pero es preferible entender que “menganita
ha hecho una gilipollez, una tonteria...” que no juzgarla absolutamente con una
etiqueta.
De igual modo, no te dejes atrapar emocionalmente
cuando alguien te quiera colgar una etiqueta del tipo: “es que tu eres…” o “tu
siempre…” porque los totalitarismos (soy
siempre, nunca, todos…) impiden ver otras posibilidades, aprovechar el error
para cambiar, crecer y aceptar/nos en este camino de aprendizajes que es la
vida. Y quien diga lo contrario “es un mentiros@”. Noo:
“miente o se equivoca”. A ver, ¿quien no ha mentido alguna vez?