Las claves de la felicidad

El tema de la búsqueda de la felicidad es recurrente. Se investiga a menudo sobre las claves de la felicidad y se dan recetas varias pensando que son válidas para todas las personas. Posiblemente, no haya ningún secreto y lo que hagamos con tanto buscarla es mirarnos demasiado nuestro propio ombligo existencial.  Asociamos momentos, situaciones vitales, posesiones materiales a ése constructo inventado por los seres humanos que tanto perseguimos y que llamamos felicidad. 

Cada cual tiene su definición, que incluso puede ir variando a lo largo del tiempo y creamos diferentes fórmulas:  salud+dinero+amor; amor y libertad; salud y tiempo para disfrutarla, etc. Sin embargo, si es que existen claves para la felicidad, éstas son distintas para cada ser humano. Esto es así porque cada uno somos diferentes, igual que nuestro ADN, nuestras experiencias  y nuestras circunstancias.  Nuestro temperamento es diferente y, afortunadamente, nuestros gustos también. La raza humana es básicamente parecida pero a la vez sus miembros somos muy diversos. Cada individuo es único e irrepetible, eso lo sabemos.  
Por eso es inútil buscar fórmulas universales. Las claves de la felicidad, en realidad, las llevamos todos dentro y cada uno tiene las suyas. Sin embargo, como somos seres sociales ésas claves siempre están en relación directa con lo que ocurre a nuestro alrededor. Hay circunstancias externas que permiten o no que nuestras claves internas  se desarrollen (no hace falta extenderse acerca de ellas porque a la mayoría de los mortales nos afectan las mismas situaciones desagradables, exceptuando a aquellos individuos que padecen determinadas patologías mentales). Del mismo modo, hay disposiciones internas que permiten o no que nuestras claves se puedan activar. En un grado importante, las disposiciones internas también se han formado a través de nuestras vivencias en interacción con lo social: padres, educadores, grupos de amigos, parejas…

Con todo, hay una llave que puede abrir las puertas a la felicidad, una llave que a veces es difícil de conseguir y que se conoce como VALENTÍA. La valentía está muy relacionada con la posibilidad de felicidad. Es la que nos permite ser nosotros mismos. Atrevernos a decir no o a decir sí. A SER. Y a partir de ahí que cada uno se atreva a ir hacia la luz. Con valentía, no sin miedo. En nuestro plano psíquico nos asusta más la luz que la oscuridad. Y nos quedamos ahí, agazapados en ella, sin atrevernos a mirar, en parte porque nos condiciona nuestro entorno y en parte por los límites que nos ponemos nosotros mismos. Para saber lo que realmente te proporciona felicidad hay que atreverse a ir hacia ella. Recuperar la valentía para decirnos a nosotros mismos la verdad. Y a partir de ella, atrevernos a actuar.

Al igual que la llave de la Valentía, hay un candado muy difícil de abrir que requiere práctica para librarnos de él. Se trata de la CULPA. Nos sentimos demasiado a menudo culpables sin haber hecho nada para tener ese sentimiento. La culpa embota sutilmente el pensamiento. Forma parte de un sistema de control social que nos han inculcado en nuestra tierna etapa de aprendizaje social. La culpa es un lastre que arrastramos todos desde generaciones y que se va transmitiendo culturalmente de padres y educadores a los hijos. El resultado es que, en mayor o menor medida, nos sentimos culpables cuando somos felices. Inconscientemente, incluso podemos boicotear nuestros momentos de bienestar pensando, por ejemplo, “esto no puede durar mucho” o… “es demasiado bonito para ser verdad”. La culpa es como aquel duendecillo malvado que nos dice al oído: “no te lo creas demasiado”, “no serás capaz de hacerlo”,” tú no mereces tener éxito”, “esa persona no es para ti”…
  
No hay un único camino para alcanzar aquello que nos hace sentir dichosos. Pero en todo caso es importante sentirse identificado con las decisiones que vamos tomando. Darse cuenta de si el pensamiento que albergamos acerca de una determinada acción es puro, si el sentimiento que hay detrás de ese pensamiento es auténtico o, al contrario, un producto del miedo a ser felices, del pánico que nos da que nos critiquen y el sentimiento de culpabilidad que la crítica nos produce, del  boicot de nuestra disposición a sentirnos culpables o del boicot a que otros lo sean.

Nos sentimos más seguros cuando funcionamos con patrones de pensamiento adquiridos y consolidados, cuando bloqueamos nuestros sentimientos y hacemos lo que creemos que se espera de nosotros, aunque no lo sintamos como  genuino. La verdadera valentía consiste en desenmascarar esas disposiciones  y ser consecuentes con lo que realmente pensamos, ser sinceros con nosotros mismos y manifestarnos con respeto hacia los demás y hacia uno mismo. Ésta es una nueva forma de caminar en la felicidad aunque al principio cueste aprender este nuevo paso y tengamos que renunciar a sentirnos artificialmente cómodos con nosotros mismos.

No hay comentarios: